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EL HOMBRE DE ORO

Rubén Darío (Auteur)
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Résumé

Roma, bajo el imperio de Tiberio César. Apacible la noche y el cielo enorgullecido de constelaciones. Cerca del foro de Apio y de las Tres Tabernas, una callejuela serpentina, rama de la via principal, conducia a un barrio poco frecuentado, como no fuese por marinos y comerciantes al por menor que hacian su viaje de Brindis, Capua y lugarejos intermedios. Las casas, o mas bien barracas enclenques, amontonadas, y las tortuosas sendas que las dividian, no parecian por cierto halagüenas y atrayentes en aquel pequeno ... Lire la suite
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Caractéristiques

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Date Parution16/05/2023
EAN9791041808045
Nb. de Pages30
EditeurCulturea
Caractéristiques
Poids66 g
PrésentationGrand format
Dimensions22,0 cm x 17,0 cm x 0,2 cm
Détail

Roma, bajo el imperio de Tiberio César. Apacible la noche y el cielo enorgullecido de constelaciones. Cerca del foro de Apio y de las Tres Tabernas, una callejuela serpentina, rama de la via principal, conducia a un barrio poco frecuentado, como no fuese por marinos y comerciantes al por menor que hacian su viaje de Brindis, Capua y lugarejos intermedios. Las casas, o mas bien barracas enclenques, amontonadas, y las tortuosas sendas que las dividian, no parecian por cierto halagüenas y atrayentes en aquel pequeno rincón de tristeza y de silencio, que no era turbado sino por una que otra rina de la tienda de algún vendedor de vino, o en el miserable habitaculo de alguna prostituta de la plebe.
Aquella noche clara y constelada y por aquella callejuela, a intervalos, misteriosamente, uno después de otro, pasaban unos cuantos hombres y mujeres. Todos penetraban por la estrecha puerta de una casa formada de piedras y tablas entre los cimientos de una mansión derruida. A pasos cansados, una anciana llegó por último, apoyada en el brazo de un hombre. Ambos, antes de entrar se volvieron a mirar por largo rato hacia el fondo de la callejuela.
-Lucila fue en busca de su hermano -dijo el joven-. Nereo ha partido a Ostia desde hace tres dias. Lucila ha ido a encontrarle a la entrada de la ciudad.
-¿No habra llegado antes que nosotros?
Penetraron. Todavia se vio asomar la cara de la anciana, inquieta, tanteando en la sombra, la diestra en forma de visera, queriendo taladrar la lejania nocturna con sus pupilas, tan cansadas como sus piernas.
En lo interior de la casa he aqui lo que se veia, a la luz de tres lamparas de arcilla.
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